El arquitecto ha de estar siempre atento a los cambios en la sociedad y el entorno en que ha de diseñar sus proyectos, para poder dar solución a las nuevas necesidades y los cambios que se van produciendo en todos los ámbitos. La configuración de los espacios profesionales no es una excepción: con una adecuada perspectiva se pueden hacer entornos atractivos y adecuados para el trabajo o para la gestión, y además actualizados a las tendencias contemporáneas.
Estamos viendo en los últimos meses muchas noticias que, cuanto menos, son sorprendentes, en tanto que apuntan una evolución en el sector laboral que podría cambiar completamente los entornos de trabajo: millones de personas mayores de 50 años ven amenazados sus trabajos como consecuencia de la digitalización; uno de cada dos jóvenes no empieza a trabajar hasta los 30 años; y un alto porcentaje del empleo que desempeñarán los niños de hoy aún no existe al parecer.
Pero, para complicar aún más el contexto, se está desarrollando una cada vez mayor movilidad profesional y ya se han implementado nuevas rutinas en los espacios laborales como los espacios abiertos o el creciente teletrabajo.
Todo lo apuntado anteriormente está suponiendo un enorme reto en la actualidad para la configuración de los espacios profesionales, que, en mi opinión, siempre han de buscar de manera constante una coherencia entre lo estético y lo práctico, en contra de lo que se piensa en muchas ocasiones cuando se intentan contraponer ambas facetas.
Aunque haya una serie de pautas o de características que el entorno demande, es imprescindible que cada proyecto, es decir, cada oficina, y a ser posible cada uno de sus espacios, posea un carácter único
Por otra parte, aunque haya una serie de pautas o de características que el entorno demande, es imprescindible que cada proyecto, es decir, cada oficina y a ser posible cada uno de sus espacios, posea un carácter único, puesto que cada encargo ha de ser recibido como la solicitud de una solución única y personalizada para el cliente que lo realiza.
Espacios que no sean indiferentes
Un espacio de trabajo siempre tiene que cumplir las necesidades funcionales del “briefing” facilitado por el cliente. Y, ante todo, cuando se configura una oficina se ha de dominar y resolver dicha parte funcional. Una vez alcanzada esta meta, se trabajará la interpretación arquitectónica, en la que se podrán potenciar determinadas cualidades del espacio, del volumen, de la luz… Con todo, se logrará un espacio que no sea indiferente, porque esto supondría que no importa si es para una organización o para cualquier otra. Y esta indiferenciación implicaría que estamos ante un resultado que, probablemente, no satisface la necesidad para la que fue concebido.
En definitiva, los espacios de trabajo han de interpretar y reflejar de alguna manera los valores y personalidad de la compañía u organización para la que se diseña el proyecto. Por supuesto el objetivo será siempre superar las expectativas del cliente al ofrecerle proyectos innovadores y económicamente viables. Y en este punto, hemos de pararnos a reflexionar: el presupuesto es una pieza relevante de cada proyecto, pero en mis más de 30 años de experiencia he visto que se pueden proponer soluciones de valor añadido y alta calidad en todos los casos y siempre ajustándose al presupuesto acordado. En definitiva, si se empatiza con el cliente, se le podrá ofrecer la mejor calidad posible.
Las personas son la clave
¿Y las personas? Ellas son la clave. Puede ser una obviedad, pero el espacio tiene que adaptarse a las personas, a sus deseos, a sus necesidades y a sus inquietudes.
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