Históricamente, la rehabilitación de espacios degradados en nuestras ciudades había tenido una progresiva evolución desde la erradicación de la infravivienda hasta la mejora de espacios públicos e intervención en el parque residencial. Los gobiernos se van dando cuenta de la necesidad de invertir en los espacios urbanos y mucho se ha debatido en los últimos años sobre la necesidad de ampliar el concepto de regeneración urbana, incluyendo no solo aspectos físicos sino también sociales y ambientales. Pero, ¿qué papel ha tenido la rehabilitación urbana a lo largo del tiempo y cuál debe jugar hoy día para hacer posible un desarrollo urbano más inteligente, sostenible y socialmente inclusivo, bajo la idoneidad del enfoque integrado para alcanzar los objetivos Europa 2020?
El momento sociopolítico en que nos encontramos en la actualidad representa una instantánea de los cambios producidos en España durante la última década tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en el año 2008. Nadie ni nada fue ajeno a este huracán de cambios, tampoco las ciudades y los barrios. El modelo desarrollista que guió el crecimiento de las ciudades en las últimas décadas, basado en la construcción desmesurada de viviendas por el crecimiento económico, se vio frenado en seco por estas causas globales que introdujeron inevitablemente la necesidad de replantear las actuaciones urbanas, sugiriendo que ya nada será como antes.
Si echamos la vista atrás, otros períodos históricos también se enfrentaron a crisis urbanas. En los países europeos, sobre todo a partir de la década de los cincuente, la necesidad de reconstruir las ciudades y la falta de viviendas tras la Segunda Guerra Mundial obligó a los diferentes estados a crear nuevas políticas de planeamiento y vivienda social que mejoraran las condiciones de vida de la población.
Hoy en día, muchos de los problemas urbanos de estos espacios de marginalidad, que ahora se denominan vulnerables, vienen de la herencia recibida del modelo de polígonos de viviendas sociales que en muchas ocasiones quedaron al margen de la ciudad formal, pero también de la degradación de los centros históricos durante la mitad del siglo pasado. A lo largo de las décadas, los estados han intentado adaptar sus políticas públicas a la resoluciópn de las diferentes dimensiones de lo urbano, con mayor o menor éxito. Si entendemos que la ciudad permanece interconectada entre sí, donde las decisiones e intervenciones en un punto de la misma afectan de manera directa o indirecta a las dinámicas del resto de la ciudad, centramos el foco de interés en una dimensión urbana más cercana y no tan territorial, lo que conocemos como barrio, considerado como el espacio de referencia del ciudadano donde realiza sus actividades cotidianas (pasear, trabajar, comprar, hacer deporte, actividades de ocio, etc) y que de alguna manera nos afianza con una cierta identidad relacionada con la autoestima.
Rehabilitación de espacios urbanos necesitados
Históricamente, la rehabilitación de espacios degradados en nuestras ciudades había tenido una progresiva evolución desde la erradicación de la infravivienda hasta la mejora de espacios públicos e intervención en el parque residencial. Los programas de construcción masivos de vivienda que solucionaron en gran medida los problemas habitacionles de una determinada época, dando acceso a una vivienda digna para un gran sector de la población, produjeron sin embargo dos décadas más tarde, la aparición de espacios deteriorados debido a la construcción con materiales de baja calidad y a la falta de mantenimiento junto a un urbanismo desordenado y zonificado.
El período de recesión económica que comenzó con la crisis de la energía en 1973 y que llegó hasta principios de los ochenta dio lugar en los diferentes países europeos a un proceso de recesión en las políticas de viviendas sociales que habían llegado a suponer un coste excesivo para los estados. A partir de los noventa la atención de los estados europeos se centró en las necesidades de mantenimiento y reposición de los parques de viviendas construidos en los cincuenta y sesenta, deteriorados considerablemente. También, muchos de los centros históricos (espacios simbólicos de nuestras ciudades) presentaron procesos sucesivos de degradación, tanto de edificios como de calidad de vida y de seguridad, motivando el éxodo de la clase productiva y la llegada de población de bajos recursos e inmigrantes que, sumado al envejecimiento de la población histórica, motivó que se demandaran intervenciones integrales en los barrios de los centros históricos.
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