Albert Plà Gisbert, arquitecto ponente en el Congreso Nacional de Arquitectura Avanzada y Construcción 4.0 (Rebuild 2018); y Eloi Pérez Meca, KSP/BCN
¡Los nuevos materiales no existen! Curiosa forma de iniciar un texto de alabanza de los “nuevos” materiales (nótense las comillas), pero verdaderamente así lo creo y no lo escribo -tan solo- para provocar su curiosidad ni llamar su atención. Tampoco es mi intención abrir un debate acerca de la rigurosidad de mis palabras, sino que pretendo, simplemente, exponer una teoría, a mi juicio nada revolucionaria.
¿Pierdo credibilidad si mi primera cita no es científica sino literaria? ¿Y más si se trata del libro menos ortodoxo de Miguel de Unamuno, “Amor y pedagogía”? En él, el desdichado personaje de Don Avito Carrascal, hombre de ciencia, adora un altar compuesto por una rueda y un ladrillo… “El ladrillo cocido fue, según Ihering, el principio de la civilización; supone el fuego, la invención que hizo al hombre hombre, y permitió la escritura, pues las más antiguas inscripciones se nos conservan en ladrillos cocidos. Los primeros libros eran de ladrillos…”. La rueda evidentemente se ha ganado sobradamente su pertenencia al altar de la cultura; es “el invento de la humanidad” por antonomasia, puesto que en la naturaleza existen palancas, resortes y demás mecanismos, pero no ruedas. Fascinante el caso de la rueda, da para otro artículo, pero como sospecharán, he citado este fragmento debido a la mención del ladrillo. Dejando aparte su aplicación como soporte de escritura, el ladrillo se usa desde hace unos 11.000 años como material de construcción. Apareció en el levante mediterráneo, en zonas donde ¡atención! no había recursos de madera y piedra. Tierra, piedra, madera. Los sumerios y los egipcios empezaron a usar otro material; el hierro, gran innovación tecnológica que cambió el rumbo de la (pre)historia y que incluso dio nombre a una de las tres clásicas edades antiguas. Digamos, pues, que la tierra cocida, la piedra, la madera y el hierro son los elementos básicos de construcción. Tengo presente los materiales sintéticos, pero me desbarajustan la argumentación que pretendo desarrollar, así que agradeceré la complicidad del lector, olvidándose de momento de los materiales derivados del petróleo.
Parémonos un momento a reflexionar, permítanse unos segundos de levantar la cabeza y observar a su alrededor. ¿Qué ven? En mi caso veo vidrio de la mesa sobre la que escribo, papel, madera y carbono del lápiz, plástico, mucho plástico, cerámica, algodón, aluminio… ¿No son acaso todo variaciones o derivados de los que he citado en el párrafo anterior? Y si miro por la ventana, observo hormigón armado, tejas cerámicas, piedra artificial. No escribo para intentar convencer de que estos materiales son, en el fondo, los mismos que existen desde hace miles de años, sino para plantear la cuestión de que lo nuevo no es el material; lo nuevo es la aplicación del mismo, la variación de procesos que culminan en el uso de unas gafas, una botella de vino con su tapón de corcho, el pavimento de terrazo, la estructura de hormigón armado…
Notabilísimo es el ejemplo del hormigón armado. En la variación de los procesos y de la aplicación de los distintos materiales que conforman el “material” hormigón armado es donde reside la genialidad de su invención. El cemento no es más que caliza y arcilla calcinada y molida. Los áridos y el agua añadidos para crear el hormigón no tienen más misterio. El armado es de acero, es decir, hierro con la cantidad justa de carbono. Tierra, piedra, hierro. Mismos materiales, nuevas aplicaciones, nuevos procesos, nuevos usos. El concepto de “nuevo” se debe aplicar no tanto al material como a sus aplicaciones. Por cierto, el plástico…, ¿qué es sino una nueva aplicación de un dinosaurio reutilizado? Mismo material, distinto proceso.
Entremos de lleno en materia
Siento si alguien, llegado a este punto de la lectura, se siente engañado por el encabezado del artículo. Es momento quizás, después de la palabrería previa, de entrar de lleno en materia (en materia orgánica, mejor dicho). Si prosiguen con la lectura, les prometo, ahora sí, innovaciones más o menos sorprendentes. Porque si bien no me retracto del adjetivo genial que he otorgado a la invención del hormigón armado, los edificios construidos con este material tienen una vida útil de entre cincuenta y cien años, por norma general. Mientras que la cúpula del Panteón de Roma, la mayor cúpula de hormigón no reforzado del mundo, construida entre los años 118 y 125 de nuestra era, se mantiene en excelentes condiciones pese a las grietas, gran cantidad de edificios construidos en hormigón armado durante el siglo pasado se desmoronan. La sociedad necesita, pues, superar la primera etapa del hormigón armado para que la revolución que supuso su invención no sea víctima de la ley de Saturno, la ley maldita e inexorable que dice que cualquier revolución, como Saturno, devora a sus propios hijos. “Que nunca, nunca, nunca un hijo de la revolución sea devorado por la ley de Saturno”, palabras de Fidel, aunque con el paso de los años, él, que quería evitar que su revolución fuera una excepción, no lo consiguió.
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