La piel que envuelve nuestro extenso territorio, confeccionada como una malla de pueblos y ciudades, ha ido mutando al paso de la historia por la acción de las personas que lo habitan, siempre en una búsqueda permanente por satisfacer sus necesidades vitales, sociales, éticas, culturales, demográficas y económicas, utilizando como herramienta los avances científicos y tecnológicos del momento, tal que, con mayor o menor acierto, como “capas de cebolla” se han ido posando unas sobre otras o han eliminado la anterior, con el anhelo de responder de manera efectiva a los nuevos tiempos.
Este proceso de regeneración nos recuerda a un palimpsesto -palabra griega palin: otra vez y psaein: grabar-, que en la acepción de un manuscrito, también piel o cuero, conserva la huella de escrituras anteriores -de culturas diversas- grabadas a lo largo del tiempo, mientras que si nos referimos al territorio, a las ciudades o los pueblos, responde a la superposición de lenguajes urbanos y arquitectónicos que mantienen o reciclan la función, el uso de sus edificaciones, e incluso el simbolismo de la obra en sí, a través del tiempo, reutilizando el lugar de implantación y sus estructuras.
Dentro de esas huellas superpuestas de la historia constructiva, es la de la segunda mitad del siglo XX la que más profundamente ha transformado y definido la idiosincrasia de nuestros entornos construidos, no habiéndose además planteado aún nuevas capas sobre ese tejido moderno generado de forma relativamente reciente. Tejido generado, además, sin la pausa, reflexión y consenso colectivo del resto de sus antecesoras y al que ahora toca replantear en profundidad, adaptándolo a las nuevas necesidades sociales y climáticas.
Entonces, ¿qué es regenerar tejidos urbanos y rurales? Podríamos decir que es dar una nueva oportunidad a nuestros entornos más cercanos, revitalizando sus espacios para rescatar el sentido de lugares de encuentro, renovando nuestros hogares - “la piel que habitamos”- donde desarrollar nuestros proyectos vitales. Es volver a habitar -rehabitar- corrigiendo las barreras detectadas en ese entorno físico. rehabilitar dotando de prestaciones que favorezcan la habitabilidad y accesibilidad, garantizando la resiliencia para reconectar con el compromiso de reducir el impacto en la naturaleza… Pero es más importante mirar desde la orilla de quién los habita. Y, desde nuestro rigor como profesionales de la Arquitectura, debemos aportar calidad a los espacios para dar una segunda oportunidad a las personas desde sus necesidades; desde esa manera de habitar ajustada a su tiempo para que les sea favorable a tejer relaciones sociales, conectando lo construido con su vida cotidiana.
A la hora de situarnos en el contexto actual, con el objetivo de afrontar un abordaje real de los procesos de regeneración integral, y siendo conscientes del déficit de datos, lo que parece evidente es la obsolescencia de los tejidos urbano-rural y el envejecimiento del parque de viviendas –de 25,7 millones en España, más del 60% se construyeron antes de la primera normativa que incluía unos requisitos mínimos en eficiencia energética o accesibilidad, más un 20% del parque con una antigüedad superior a 20 años y, por tanto, no actualizadas a las nuevas exigencias legislativas-, mostrando la falta de adaptación a los nuevos factores funcionales y ambientales.
Si atendemos a las condicionantes demográficos, sociales y culturales, el progresivo envejecimiento de la población -en 2050, nuestro país alcanzará el 30% de población con más de 65 años, de las cuales el 30% serán mayores de 80 años-con necesidades de servicios de proximidad y accesibilidad, la acuciante emancipación de la juventud, las nuevas maneras de vivir en función de las características, de las familias, la promoción de las relaciones intergeneracionales, las diferentes necesidades de las personas en los diferentes momentos de la vida, nos muestran un escenario cargado de desafíos.
Conscientes de la necesaria reflexión colectiva, el Observatorio 2030 del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE) lideró en el último año un Task Force de Regeneración Urbana, dentro de la línea de trabajo ‘Ciudad y Territorio en Transición’, dando voz a más de 140 profesionales de diferentes disciplinas del conocimiento, que, con su experiencia, dedicación y trabajo en red, han posibilitado la definición de una metodología pionera, compartida y participada, diseñada desde visiones poliédricas e integrada por un conjunto de herramientas útiles para abordar estos proyectos, previa identificación de aspectos comunes, aunque conocedores de su complejidad y su heterogeneidad.
Esta hoja de ruta, Ciudad y Territorio en regeneración, confeccionada para orientar a los agentes públicos, privados y el tercer sector implicados en el diseño, la planificación y la gestión de nuestros pueblos y ciudades, propone soluciones eficaces adaptadas a las particularidades de cada estructura urbana o rural, instando a mapear áreas para priorizarlas y siempre atendiendo a criterios sociales, técnicos y medioambientales.
Entre las temáticas que describe, destaca un itinerario de 12 fases que guía estas transformaciones desde la concepción hasta la realización y posterior evaluación del proceso, identificando los distintos agentes y estableciendo un gradiente de participación de cada uno de ellos, por fase. Define un conjunto de áreas de intervención atendiendo a las diferentes escalas y entornos. Incluye instrumentos económicos con propuestas fiscales y de financiación y analiza los escollos del actual marco normativo incorporando un kit de soluciones para facilitar la ejecución de estas actuaciones acortando tiempos. Identifica barreras y retos, poniendo el foco en la necesidad de impulsar una gobernanza transparente que conciencie de los beneficios de la cultura de la regeneración e implique a la ciudadana como herramienta transversal, en todas las etapas. Apuesta por una comunicación innovadora que sirva de correa de transmisión, contagiando a través de los ejemplos de buenas prácticas a otras localidades. Aborda la necesidad de capacitar y profesionalizar a perfiles técnicos y al funcionariado. Describe 130 indicadores que han facilitado la confección de un decálogo de beneficios a obtener tras la implementación de las intervenciones. E incorpora un catálogo de casos de éxitos seleccionados por su relevancia instrumental y metodológica, que dan respuesta a diferentes tipologías de intervención -alto valor patrimonial, actuaciones en áreas compactas…-, tejidos productivos, áreas residenciales, intervenciones singulares…, situados en diferentes escalas y distribuidos por todo el territorio español, priorizando así, el equilibrio territorial y la diversidad de contextos.
Todas estas cuestiones sirven de hilo conductor para avivar el debate de la regeneración urbana-rural integral, que siempre ha estado presente entre los agentes responsables de las metamorfosis de nuestros entornos, y cuyas visiones multidimensionales -arquitectónica, jurídica, financiera- se superponen en el documento para confeccionar este nuevo método de trabajo que aspira a multiplicar las intervenciones desde aspectos irrenunciables que aporten valor añadido como la calidad desde la planificación, el diseño y la implementación de soluciones que atiendan las demandas de la población.
En ese sentido, ¿qué papel desempeña la ciudadanía? El vecindario se convierte en el eje vertebrador de cualquier actividad regenerativa y, por tanto, debe participar de todas las etapas para facilitar la identificación de las necesidades, para elaborar un buen diagnóstico, para llegar a consensos, siendo imprescindible implicarlo en el diseño de la estrategia, de sus objetivos y acciones, en el modelo de gestión. Se trata de que, una vez implementado el proceso, las personas que habitan estos barrios reconozcan el espacio físico que han contribuido a transformar desde el origen, que sean las dueñas de su mantenimiento y que se comprometan a preservar un estilo de vida vinculado a un lugar habitado, no solo transitado.
Por ello, y a diferencia de la etapa que nos precede, es necesario recuperar el consenso colectivo, involucrar a las comunidades y asociaciones vecinales, yendo más allá de informarles, a través de iniciativas de participación, buscando activamente sus aportaciones porque, solo así, aseguraremos diseños que sean fiel reflejo de sus requerimientos y aspiraciones, que fomenten el sentido de pertenencia y refuercen la cohesión social. Se trata de favorecer el uso de entornos y arquitecturas que faciliten la conexión entre los sentimientos de las personas y los lugares que habitan, garantizando así la memoria emocional vinculada a esos espacios.
Así, sabiendo que la ciudadanía es el primer eslabón de la cadena de beneficiarios de la regeneración, y que, en muchos casos, no es consciente del reporte positivo de estas actuaciones, el documento incluye un decálogo de beneficios desde una visión dual, persona-lugar, integral-integrado.
Desde una visión integral como profesionales de la Arquitectura y el Urbanismo, este documento apuesta por reforzar el compromiso con la calidad, valor diferencial de nuestra disciplina que siempre debe acompañar al abordaje de las arquitecturas -nuevas o rehabilitadas, los diseños urbanos compartidos y participados, los procesos de gestión y las estrategias para la implementación de estas operaciones de regeneración-. Además, se enfoca en la necesaria mirada escalar hacia entornos rurales -pueblos y aldeas rurales-, urbanos -ciudades grandes e intermedias-, actuaciones en tejidos urbanos no consolidados -interiores o periféricos-, intervenciones en tramas consolidadas -que presenten características funcionales, socioeconómicas y ambientales muy dispares-, y propone el ejercicio de ajustar los instrumentos a las distintas situaciones.
Desde la perspectiva financiera, se identifican las barreras económicas, aportando soluciones probadas por otras geografías, y aboga por elaborar un plan de gestión real, con un diagnóstico certero que integre instrumentos de financiación viables acompasados a los tiempos de actuación. Pone el acento en la necesaria capacitación financiera de las entidades locales que les facilite la identificación de fondos y la elaboración de una programación eficaz. Apuesta por la diversificación de los recursos y la atracción de la inversión, por flexibilizar la financiación e informar sobre los diferentes tipos de instrumentos -subvenciones y préstamos, etc.-, de acuerdo con las medidas y mecanismos habilitados para poder disponer de un sistema económicamente sostenible. Considera imprescindible la transversalidad entre administraciones para alinear recursos en aras de una óptima cooperación institucional, instado a reforzar la colaboración público-privada o financiación compartida.
Desde una visión jurídica, propone definir un régimen jurídico diferencial, especial y adaptado para estas intervenciones en el medio urbano. En este sentido, la innovación normativa debe guiar el camino que posibilite la aplicación ágil de los planes de actuación y ayude a confeccionar normativa ad hoc para las diferentes casuísticas de la regeneración urbana-rural. Propone crear una modalidad específica de actuación urbanística, avanzar en la búsqueda de fórmulas regulatorias para activar la citada colaboración público-privada, definir los procesos de participación ciudadana, flexibilizar el planeamiento para adaptarlo a los nuevos diseños urbanos en atención a los cambios sociales, económicos y ambientales, y desarrollar la figura de nuevo cuño, el agente regenerador que actúe de intermediario y presente iniciativas impulsando estas operaciones.
Lo cierto es que este documento, presentado en la última edición del Foro de las Ciudades de Madrid, inicia un recorrido de divulgación que debe ir acompañado, para su implementación, de una estrategia integrada por áreas de acción interconectadas que marquen un itinerario ordenado. Comenzando por un plan de concienciación dirigido a mostrar a la ciudadanía los beneficios de la Cultura de la Regeneración; un programa fiable que inste a sellar alianzas entre todos los agentes y que conecte cada actuación con las agendas urbanas o estrategias de desarrollo integrado local (EDIL); impulsando formación especializadas a toda la cadena de valor; transformando la normativa para materializar los procesos acortando tiempos; localizando proyectos que ejemplifiquen y faciliten la implementación real de la nueva metodología y, finalmente, desarrollando tecnología que incorpore los indicadores definidos para una correcta evaluación mecanizada. Además, dentro de esta cadena de acciones, y puesto que la regeneración va más allá de una renovación física, sería imprescindible incorporar a estos procesos proyectos sociales que impulsen, principalmente en áreas vulnerables, actividades de capacitación dirigidas a la población para posibilitar su inserción laboral; sociales y culturales que promuevan un tejido social conectado individualmente o través de la red asociativa local, situada y humana, añadiendo a la regeneración integral el carácter integrado.
Recordando la reflexión del arquitecto Francis Kéré, “el verdadero mérito de todos/as no sólo es tener una buena idea de partida, sino ser capaces de sortear las mil y una dificultades con las que esa idea se va a ir enfrentando, reflexión constante sobre lo que se busca, contra que se lucha, lo que se tiene y lo que falla”, nos inspira para seguir esta nueva senda colaborativa de impulso a la regeneración urbana-rural integral, en la que la figura del Observatorio 2030 del CSCAE, en su dimensión nacional, puede funcionar como charnela entre sectores en busca de alternativas que mejoren nuestros entornos y que no expulsen del centro de la acción, a las personas.
Este artículo aparece publicado en el nº 596 de CIC, págs. 30 a 33.
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