La industria cementera española se compromete firmemente con la neutralidad climática para 2050, como deja patente la primera hoja de ruta que presentó Oficemen y que, ahora, en plena actualización de su estrategia, apunta a las tecnologías CAUC como clave para mitigar las emisiones de CO2. Sin embargo, España aún carece de una estrategia nacional en este sentido.
La industria cementera tiene un compromiso inequívoco con la neutralidad climática. Así quedó plasmado en la primera versión de nuestra ‘Hoja de ruta de la industria cementera española para alcanzar la neutralidad climática en 2050’, presentada a finales del 2020 y donde fuimos el primer sector de los materiales de construcción en plasmar sus objetivos de descarbonización, para llegar a la neutralidad climática en 2050.
Actualmente estamos ultimando la actualización de nuestra hoja de ruta para acelerar nuestra ambición de descarbonización, en línea con las nuevas exigencias de la Comisión Europea y los acuerdos de la COP de Dubái, abandonando de forma gradual los combustibles fósiles, mejorando la eficiencia energética y desarrollando las tecnologías CAUC (captura, transporte, almacenamiento y usos y transformación del CO2), que comentaremos en detalle a continuación. Estamos activando todas las palancas para reducir nuestras emisiones: sustituyendo combustibles fósiles por combustibles derivados de residuos (muchos de ellos total o parcialmente biomasa y, por tanto, neutros en cuanto a sus emisiones de CO2); aumentando el uso de hidrógeno y biogás; incrementando el origen renovable de nuestra electricidad, que en la actualidad ya es superior al 40%; usando materias primas descarbonatadas; dotándonos de nuevos transportes neutros en carbono; optimizando el contenido de cemento por m3 de hormigón... Pero, como veremos a continuación, sin las tecnologías CAUC no alcanzaremos la completa descarbonización de nuestra industria.
La estrategia sectorial diseñada por Oficemen está basada en el enfoque de las 5Cs, que promueve la colaboración de toda la cadena de valor de la industria del cemento: Clínker-Cemento-Hormigón (Concrete, en inglés)-Construcción-(re)-Carbonatación. Para cada una de las 5Cs se han identificado las áreas en las que se pueden reducir significativamente las emisiones, las tecnologías clave que nos permitirán hacerlo, así como los apoyos necesarios para impulsar esta transformación que, sin duda, supondrá una inversión sin precedentes, inabordable sin la colaboración de empresas e instituciones públicas y privadas. Nuestro objetivo es claro: la innovación, digitalización y modernización seguirán siendo palancas clave para alcanzar la neutralidad climática. El empleo de materias primas descarbonatadas, combustibles con biomasa, clínker bajo en carbono, reutilización de residuos como materia prima, fuentes de energía alternativas basadas en el hidrógeno y las energías renovables son medidas que ya se están llevando a cabo y que completan un circuito que acaba en la (re)Carbonatación, un proceso natural que permite al hormigón reabsorber parte del CO2 emitido durante su fabricación de manera gradual.
Pero, a pesar de todos nuestros esfuerzos, cuando analizamos todas las herramientas al alcance de nuestra industria para mitigar las emisiones de CO2 chocamos siempre con un inconveniente clave: las emisiones derivadas del proceso en sí de fabricación del clínker, material base del cemento. El 66% de las emisiones que genera la fabricación de cemento se producen durante el proceso de descarbonatación de la piedra caliza. Son las denominadas emisiones de proceso, generadas por una reacción química en los hornos durante el proceso de calcinación, que es imprescindible para fabricar el clínker, y cuya mitigación no es posible con las tecnologías habituales. De hecho, la industria cementera representa el 41% del total de las emisiones de proceso en España.
Según un estudio realizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) en febrero del pasado año, las tecnologías CAUC constituyen la única opción para mitigar las emisiones de los sectores industriales difíciles de reducir, como es el caso de las intrínsecas de proceso del sector cementero.
Por lo tanto, en ese contexto, la única solución, y también nuestro mayor desafío como industria, pasa por la aplicación de las tecnologías CAUC (captura, transporte, almacenamiento y usos y transformación del CO2), sin las cuales, dado el importante peso de las emisiones de proceso reseñadas antes, nos resultará imposible, como industria, alcanzar la completa neutralidad climática de aquí a 2050.
La captura, almacenamiento y usos del CO2 (CAUC) abarca un conjunto de tecnologías de mitigación del cambio climático que permiten captar el dióxido de carbono emitido por instalaciones industriales y darle un uso, o almacenarlo de forma segura, evitando que llegue a la atmósfera y contribuya al calentamiento global.
Y no es algo que ataña solo al sector cementero. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha insistido en que, sin el uso de estas tecnologías, será prácticamente imposible alcanzar el objetivo de limitar el aumento de temperatura global a 1,5ºC. El modelo planteado desde la Comisión Europea también insiste en que la UE necesitará capturar y utilizar o almacenar entre 300 y 640 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono de aquí a 2050.
Existen tecnologías ya probadas, de precombustión, de postcombustión y de oxicombustión para capturar CO2 de las fuentes de emisión industriales. Además, la UE otorga, en una escala del 1 al 9, un grado de madurez máximo de 9 al almacenamiento geológico de CO2 en formaciones salinas. Por lo tanto, la inyección de CO2 en formaciones geológicas adecuadas, selladas por rocas de cubierta impermeables (caprocks), presenta garantías de seguridad para retenerlo de manera permanente. De hecho, cuantos más años pasan, más mecanismos de retención – estructurales, por disolución, residual y mineral- entran en acción, lo que garantiza aún más su estanqueidad.
Este conjunto de tecnologías se encuentra en un estadio de completa madurez en Estados Unidos y en otros países del centro y norte de Europa. Un buen ejemplo es el almacén noruego de Sleipner, ubicado a 1.000 m de profundidad en el mar del Norte, y que lleva operativo desde 1996. Sus casi 30 años en funcionamiento sin duda avalan la seguridad y rentabilidad de esta tecnología. Países como Noruega, Dinamarca, Bélgica, Países Bajos, Francia, Suecia, Polonia, Bulgaria, Italia, Islandia o Finlandia cuentan ya con apoyo económico de la UE para el desarrollo de proyectos CAUC y redes transfronterizas de transporte y almacenamiento de CO2 capturado en instalaciones industriales para fines de almacenamiento geológico permanente, así como de utilización de dióxido de carbono para gases combustibles sintéticos.
Pero en España, pese a su compromiso en la lucha contra el cambio climático, carecemos de una estrategia que incluya proyectos-país para el desarrollo de estas tecnologías. Prueba ello es el hecho de que la Comisión Europea haya recomendado que la actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021- 2030 (PNIEC 21-30) de España incluya información más detallada sobre sus actuaciones orientadas hacia estas tecnologías. España es uno de los países de la UE que no ha incluido hasta ahora en el PNIEC actividades de I+D ni el desarrollo de estrategias y proyectos CAUC a gran escala para 2030.
No obstante, existen informes y estudios fiables para hacerlo. Ya en 2011, el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) publicó los resultados del proyecto ‘ALGECO2 - Plan de selección y caracterización de áreas y estructuras favorables para el almacenamiento geológico de CO2 en España’, en el que se identificaron 103 estructuras con potencial para almacenar CO2 en nuestro país. Este tipo de almacenes deben cumplir una serie de requisitos esenciales, conocidos como las 5Ps: Porosidad, Permeabilidad, Profundidad (superior a los 800 m y alejada de acuíferos potables) y Permanencia (verificando la presencia de una capa sellante). Estos son requisitos que cumplen las localizaciones propuestas y cuyo uso no conllevaría ningún perjuicio para el medio ambiente.
Por tanto, España cuenta con ubicaciones, en acuíferos salinos profundos, potencialmente idóneas y que según los estudios previos permitirían almacenar todo el CO2 producido por la industria anualmente –utilizando como volumen tipo los datos de 2021- durante los próximos 60 años.
Además, según estudios realizados en España, las inversiones necesarias para instalar y operar tecnologías de CAUC en nuestro país impulsarían la producción global de bienes y servicios con un efecto multiplicador de 1,8. Por poner un ejemplo, se estima que se generarían 18,5 puestos de trabajo netos por cada millón de euros invertidos en estas tecnologías.
Y es que las CAUC, más allá de los beneficios ambientales, supondrán también oportunidades económicas significativas en términos de inversiones, empleo, innovación y autonomía estratégica.
Por ejemplo, el proyecto Longship, en Noruega, supone más de 2.700 millones de euros en inversiones, mientras que el Global CCS Institute prevé que para 2050 se creen entre 80.000 y 100.000 empleos en fase de construcción y entre 30.000 y 40.000 en fase de operación y mantenimiento, a nivel global, ligados a estos proyectos.
De este modo, las tecnologías CAUC se perfilan como una herramienta estratégica clave para evitar la deslocalización de la industria hacia países que cuenten con un respaldo más firme. Ahora es el momento de establecer las condiciones adecuadas para que las tecnologías CAUC prosperen en España, siguiendo las directrices de la UE, ya que la implementación de estas tecnologías conlleva una fase de desarrollo del orden de 8-10 años.
Urge, por tanto, en nuestro país un paso al frente por parte de las administraciones públicas que plasme su apoyo firme hacia estas tecnologías. De lo contrario, España perderá el tren de la industrialización sostenible.
Este artículo aparece publicado en el nº 594 de CIC, págs. 68 a 70.
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