Según el Banco Mundial, en 2025 en el planeta habrá 8.000 millones de habitantes, con una población urbana de 4.300 millones que generarán 6 millones de toneladas diarias, lo que califica como una crisis mayor que el cambio climático. En este contexto, entran en juego estrategias como la Economía Circular, que persigue sustituir el sistema actual lineal “recursos-producto-residuos” por un sistema circular de óptimo aprovechamiento, en el que aquello que no es útil en un eslabón pueda ser utilizado -bien directamente o bien como producto reciclado- en otro, tal y como ocurre en la naturaleza.
La Unión Europea estableció en la Directiva Marco de Residuos un orden de prioridad en la gestión de residuos, como fundamento sobre el que deben desarrollarse legislación, políticas y sistemas de gestión. La jerarquía tiene por objeto minimizar la generación de residuos y maximizar su aprovechamiento. La eliminación -vertido o incineración sin aprovechamiento energético- no solo supone un desaprovechamiento de los residuos, sino que además tiene unos efectos que deben ser evitados: emisiones de metano por descomposición de la materia orgánica1, ocupación de terreno e importantes impactos sobre el suelo y atmósfera, en muchos casos por vertido incontrolado. Por ello, la UE ha impuesto unos objetivos de obligado cumplimiento en materia de gestión de residuos e impondrá limitaciones cada vez más estrictas al vertido.
La consecución de los objetivos requiere de la implementación de medidas que faciliten, en primer término, la recuperación de los materiales reciclables presentes en el mismo. Estas medidas incluyen sistemas de recogida selectiva y tratamiento en plantas específicas en las que se optimiza la recuperación de los materiales. Sin embargo, existen limitaciones a la reciclabilidad de muchos materiales, ya sea por pérdida de propiedades mecánicas y fisicoquímicas, o por restricciones en usos por contaminación. Esto supone que existe una gran cantidad de residuos no reciclables y de alto potencial energético que, de acuerdo con la jerarquía, deben ser preferiblemente aprovechados como fuente de energía.
Existen principalmente dos formas de aprovechamiento energético de los residuos:
-Biogás: aproximadamente el 50% de los residuos domésticos son materia orgánica biodegradable. Este material puede ser reciclado materialmente como fertilizante mediante el compostaje o fermentación aerobia, pero si es sometido a un proceso de fermentación anaerobia, se genera un biogás con un contenido en metano del 40%-65% que constituye un combustible 100% renovable.
-Combustión de combustible derivado del residuo (CDR): el CDR está constituido por los rechazos de las plantas de tratamiento de residuos y tiene un poder calorífico que lo hace apto para su combustión en hornos de incineración con posterior aprovechamiento energético en forma de calor y electricidad. El CDR contiene un 50% de biomasa, por lo que la energía obtenida es un 50% renovable.
Otras formas de aprovechamiento energético son el CSR -combustible sólido recuperado-, que por su calidad puede ser empleado en otros procesos en co-combustión, o la producción de combustible líquido a partir de la pirolisis de residuos plásticos.
Situación de la gestión de residuos en España
De acuerdo con Eurostat, en 2013 se generaron en España 21 millones de toneladas de residuos domésticos, de los cuales, 5 millones fueron vertidos sin tratamiento previo y otros 6,8 millones también fueron eliminados en vertedero, como rechazos no aprovechables de las plantas de tratamiento. Esto supone un 56% de vertido de los residuos generados, en contra de lo establecido por la jerarquía. En lo que respecta a los objetivos establecidos por la Directiva y normativa asociada, España se encuentra, en un horizonte de corto plazo, muy lejos de su cumplimiento.
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