El mundo de diseño de interiores va mucho más allá de un proceso meramente estético dentro del ámbito arquitectónico. Abarca, entre otras cosas, la capa superficial que está más en contacto con los usuarios de un espacio y por eso es considerada por muchos la “tercera piel”. Por ello, porque respiramos el ambiente interior resultante de este conjunto de revestimientos unidos al mobiliario y al equipamiento textil, se han ido desarrollando diferentes técnicas que se emplean con el objetivo de mejorar la salud de los usuarios.
La luz, muchas veces olvidada o relegada a un segundo plano, es un elemento fundamental y desde mi punto de vista un material constructivo con el que moldear los espacios. Esa influencia en el estado físico, mental y emocional de las personas, sumada al ahorro energético que puede suponer en plena crisis del sector, es la que ha situado la iluminación circadiana como una manera de organizar interiores a tener cada vez más en cuenta.
El término “circadiano” hace referencia al ciclo natural de cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta un organismo en un ciclo de 24 horas. El primer descubrimiento que demostró que los seres vivos son sensibles a los días y a las noches proviene de una planta, la mimosa púdica. Tiene un mecanismo de defensa que le permite controlar la necesidad de recibir luz solar para realizar la fotosíntesis, escondiendo sus hojas para evitar daños. Esta peculiar propiedad hace que sus hojas se plieguen sobre sí mismas si sufren algún roce. El astrónomo Jean-Jacques Dortous descubrió que sus hojas solamente se escondían al recibir estímulos táctiles durante el día.
En el ámbito de la iluminación artificial, existen métodos con los que llegar a cumplir los principios de la iluminación circadiana
Para su sorpresa, demostró también que, a pesar de someter a la mimosa a la oscuridad plena durante un largo periodo, la planta seguía manteniendo su ciclo de 24 horas. Durante los siguientes años se realizaron numerosos experimentos con personas y en casi todos ellos se encontraron pruebas de que estamos sincronizados con el ciclo de luz y oscuridad del planeta.
Por eso resulta beneficioso utilizar la iluminación en espacios interiores acorde con lo que sucede en el mundo exterior. De esta manera, se rompe la monotonía de iluminar siempre con el mismo tipo de intensidad y se mantiene lo que se conoce como ritmos circadianos.
NeuronaLab por Pol Viladoms.
Julia del Rio, arquitecta especializada en neurociencia para la arquitectura y profesora en Visual College of Art and Design, cuenta cómo la luz natural tiene una notable influencia en el sistema neuronal, afectando principalmente al sentido de la vista y, por este, a muchos otros procesos neuronales. De esta manera, la luz natural puede generar emociones y sentimientos, evocar recuerdos o incluso distorsionar la percepción del propio cuerpo y la experiencia del espacio.
Su investigación plantea analizar la dinámica de la luz natural en relación con las actividades diarias en los espacios habitables, combinado con la comprensión de los procesos visuales que hacen que la luz sea importante para las emociones humanas, con el objetivo de cuantificar la posibilidad de generar espacios habitables que mejoren el estado de ánimo y los sentimientos de los usuarios.
“La luz natural despliega una atmósfera de humor”, defiende Del Rio, “impartiendo al espacio una sensación y tonalidad diferente cada hora de cada día, sin dos momentos iguales”. Según destaca en su investigación la arquitecta, “la iluminación se utiliza con frecuencia para transformar la experiencia del usuario, construyendo una nueva realidad de energía y fuerzas independientes”. Un nuevo concepto que “otorga a la luz una presencia sustancial propia, un verdadero ingrediente de la arquitectura”.
La iluminación circadiana puede también suponer un ahorro energético si se emplean las técnicas necesarias. La más simple, accesible y fiel a los ritmos circadianos no es otra que la de facilitar esta luz natural. De modo que por medio de las oberturas en fachadas y cubiertas se mantiene completamente esa vinculación con los ciclos marcados, evitando una alteración notable de nuestro metabolismo. Sin embargo, esta forma de aplicación depende de muchos factores como la propia estructura de la construcción.
Desde que se inventó y desarrolló la iluminación artificial, pagamos un alto precio desafiando nuestros relojes biológicos
En cuanto a la iluminación artificial, existen métodos con los que llegar a cumplir los principios de la iluminación circadiana. En general, conviene disponer de luz con un espectro electromagnético acorde con los ritmos día-noche. Algunos requieren de la tecnología, como pueden ser reguladores o potenciómetros de luz, que permiten controlar la intensidad en función de cada sala permitiendo una total adaptación al momento del día y copiando con gran éxito el cambio de luz que se produce en el exterior. Otra, optando por una técnica más tradicional, es incorporar iluminación con diferentes tonalidades en función del tipo de actividad que vayamos a desarrollar en la estancia concreta.
Lo más recomendable es orientar el dormitorio a Este, o en su defecto, incorporar luces más azuladas en el momento de despertarse para simular el espectro del amanecer. Esto conseguirá poner nuestro sistema hormonal en funcionamiento, mejorando ya de por sí la activación del individuo. Las luces más bien frías son para aquellas zonas donde se pasa la jornada trabajando. En cambio, las luces cálidas están destinadas a estancias como el salón en las que pasamos momentos al final del día o de nuevo el dormitorio. En este caso, en el momento de prepararnos para el descanso, es recomendable reducir la cantidad de luz para avisar a nuestro sistema biológico de la necesidad de empezar a sintetizar melatonina.
Y es que cada vez hay más evidencias científicas que demuestran que el diseño de interiores, así como la iluminación circadiana influyen en nuestro organismo. La melatonina, uno de los aspectos biológicos más vinculado con la iluminación circadiana, es una hormona determinante para el descanso efectivo de las personas que está producida por la glándula pineal (un pequeño órgano del cerebro). De ella depende una correcta conciliación del sueño gracias a su dependencia de los ritmos circadianos. Además, su secreción se produce con la oscuridad, mientras que la luz frena este proceso.
Desde que se inventó y desarrolló la iluminación artificial, pudimos llevar a cabo muchas actividades nocturnas que no habían sido posibles hasta ese momento, pero a cambio, pagamos un alto precio desafiando nuestros relojes biológicos, cada vez más desincronizados con la salida y la puesta del sol. Ahora, según la ONU, es probable que en 2050 más del 66% de la población viva en las ciudades. Y, partiendo de los últimos estudios de Harvard, hay una mayoría de personas que vive en las urbes y pasa el 90% de su tiempo encerrado, a menudo desconectados de lo que ocurre en el exterior. Un horizonte alarmante, pero que puede controlarse mediante la aplicación de una iluminación circadiana cada vez más necesaria.
La iluminación circadiana fomenta el ahorro energético por sus diferentes vías. El uso de luz natural, como es evidente, supone aprovechar un recurso gratuito como es la luz del exterior. Pero, igualmente, controlar la tonalidad y potencia de la luz artificial también supone maximizar la eficiencia de esta energía gastada. Por si fuera poco, a esta ventaja económica en términos de ahorro, se suma una clave de esta técnica de iluminación como es la mejora y respeto de la salud.
Durante las últimas décadas se han realizado diferentes investigaciones para saber cómo mejorar la salud, o al menos cómo no perjudicarla, mediante el diseño de interiores. Y uno de los principales fundamentos está en el de recuperar aspectos propios de la naturaleza para, en un mundo donde prima lo urbano y artificial, mantener la vinculación con ella.
Los profesores Beauchemin y Hays (1996) descubrieron, tras un análisis entre 174 pacientes con bipolaridad y depresión, que estar en habitaciones luminosas con luz natural recortaba el tiempo de duración en una media de casi tres días. En concreto, la investigación demostró cómo los pacientes en habitaciones con luz natural pasaban 16,7 días ingresados de media, mientras que aquellos que se encontraban en habitaciones con luz artificial, y en ningún caso respetando la iluminación circadiana, permanecieron en dependencias médicas 19,5 días de media.
Pero no es necesario remontarse tanto en el tiempo para comprobar la importancia de la iluminación circadiana en el comportamiento y la salud de las personas. Hace menos de una década, un grupo de investigadores españoles recogió la importancia de la exposición a la luz en el sueño (Vigilia y Sueño, Vol 25, No 1 (2013)). Tras monitorizar a 88 voluntarios de entre 18 y 23 años, comprobaron que una exposición fragmentada a la luz, contando con la duración de este tiempo y la intensidad del espectro, influía y provocaba una mayor fragmentación en el ritmo de sueño.
Estamos haciendo referencia a una serie de estudios que, pese a haber pasado varias decenas de años, no han sido suficientes para asentar la iluminación circadiana en nuestro día a día. Pero, ¿tan grave es alterar los ritmos circadianos? Según el National Institute of General Medicine Sciences, alterar los ritmos circadianos está vinculado con la aparición de diabetes, estrés, depresión, obesidad, trastorno bipolar y trastorno afectivo estacional.
La OMS, por su parte, defiende que una alteración constante de los ritmos circadianos acaba debilitando el sistema inmune de las personas. Una problemática que deriva en el desarrollo de enfermedades, entre ellas las de los diferentes tipos de cáncer con especial atención a los de próstata y mama. La IARC, de hecho, vinculó la exposición a luces nocturnas, sobre todo de espectro azul, con la reducción de la producción de esa melatonina tan importante.
Debido a esta influencia, a la vista de los datos de contaminación, del aumento de problemas de salud mental y de la cada vez más cuestionada rutina de las urbes, la implantación de la iluminación circadiana en oficinas, viviendas e incluso en espacios públicos va cobrando cada vez mayor relevancia. Todavía estamos a tiempo de sincronizar nuestros relojes biológicos, tanto por el bien del planeta como por el de los seres vivos que lo habitamos.
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Este artículo aparece publicado en el nº 580 de CIC, págs. 14 a 17.
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