El concepto de regeneración urbana es abierto y polisémico (Jones and Evans, 2013; Parkinson, 2014), pudiendo denotar enfoques y prioridades de actuación diferentes e incluso, en algunos casos, encontrados. Si entendemos la regeneración urbana como una política pública, alejándonos del enfoque que la identifica con la acción en áreas de oportunidad, el concepto se delimita y clarifica, poniéndonos en contacto con una interesante tradición de acción en la ciudad consolidada, y en particular en los barrios más desfavorecidos, a través de una mirada integrada y caracterizada por la participación de la comunidad local.
El concepto también se clarifica, aunque asume un significado muy diferente, si lo miramos desde la actuación de reurbanización y edificación de áreas urbanas obsoletas o vacantes (los denominados brownfields) o de los ámbitos conceptualizados como áreas de oportunidad. Para una gran parte de quienes trabajamos estos temas, esta última mirada se sitúa en lo que llamaríamos renovación urbana.
La primera visión mencionada es la mayoritaria en el contexto académico y de muchas administraciones públicas, mientras que en el profesional (ligado al sector privado) se identifica raramente, estando este más cercano al segundo enfoque. La cuestión conceptual no es baladí porque dificulta el diálogo entre ámbitos de acción profesional que necesariamente están llamados a colaborar cuando se trata de pensar y actuar en la ciudad existente.
Esas dos visiones de la regeneración urbana identifican sendos ámbitos de actuación que no son contrarios y necesitan ser abordados en la misma medida para seguir dotando de sentido y futuro a la ciudad (Secchi, 1984). Sin embargo, en nuestro marco se ha dado una especie de contraposición dialéctica entre ambos, derivada en gran medida de la falta de claridad en el uso del término que, al haber determinado el imaginario, está en la base de algunas limitaciones que caracterizan nuestro contexto. Por ejemplo, esta realidad explica en parte que en los programas de regeneración urbana de barrios desfavorecidos, cofinanciados con fondos de la Política de Cohesión de la Unión Europea, desde 1994 apenas se haya dado colaboración privada en relación a la acción en la dimensión física (De Gregorio Hurtado, 2012, 2017; De Gregorio Hurtado et al., 2021), perdiéndose así la oportunidad de aumentar el presupuesto total y el impacto de las transformaciones que se planteaban.
Además, muchos de los problemas de los barrios desfavorecidos derivan de su configuración espacial, lo que hace necesario acometerlos en base a transformaciones físicas sutiles y pilotadas desde el interés general bajo el liderazgo del ayuntamiento en cuestión y con la colaboración del sector privado. Esto apenas se ha hecho en el marco mencionado (De Gregorio Hurtado, 2024a), y en los pocos casos en los que se ha abordado (piénsese por ejemplo en el caso del Barrio de la Mina en Sant Adrià de Besos), la inversión ha sido mayoritariamente pública.
La práctica desarrollada hasta el momento en nuestro país muestra pocos pasos de avance en relación a esta cuestión, siendo este uno de los ejes desde donde la regeneración urbana de los barrios vulnerables necesariamente tiene que evolucionar en la siguiente década. El hecho de que hasta ahora se haya llevado a cabo casi exclusivamente con financiación pública la ubica en una situación complicada, debido a lo limitado de los recursos de los ayuntamientos.
Por otra parte, esta falta de entendimiento en relación a lo que denominamos regeneración urbana ha reducido también la colaboración del ámbito académico con la empresa privada y las administraciones a la hora de abordar la reurbanización de áreas de oportunidad o áreas vacantes, limitando la entrada de conocimiento y construcción de sinergias en relación a cuestiones transformadoras y respuestas innovadoras a algunos de los principales retos que afrontamos como sociedad urbana.
Esto ha derivado en que las propuestas procedentes de la Academia se estén incorporando tarde en relación a cuestiones como la transición energética, el reto climático, la perspectiva de género, la digitalización, etc. en las actuaciones de renovación. Esta cuestión ha quedado parcialmente suplida por la aportación que han hecho algunas de las convocatorias de investigación aplicada bajo Horizonte Europa (el programa marco de investigación de la Unión Europea) y, en menor medida, por esquemas parecidos en el contexto del Plan Nacional de Investigación o los planes equivalentes que lanzan las Comunidades Autónomas.
Mientras que hay que reconocer que estas experiencias están abriendo camino con resultados y buenas prácticas muy interesantes, su aplicación se queda en esos marcos, mientras que pocos de sus resultados se trasponen a los proyectos urbanos que se implementan. Este panorama queda claro si nos preguntamos qué innovaciones que potencien la sostenibilidad y resiliencia de la solución adoptada se han integrado en las operaciones llevadas a cabo en suelo urbano consolidado en la última década en nuestras ciudades. La respuesta es que muy pocas y que seguimos actuando con criterios y visiones más propias del fin del siglo XX que del momento crucial que vivimos en relación a lo urbano (en donde con horizonte 2050 tenemos, por ejemplo, que haber convertido las ciudades en neutrales en carbono y es clave que nos adaptemos cuanto antes al cambio climático).
En el presente, se abre la necesidad de generar ámbitos de conocimiento mutuo y de cooperación entre la Administración, la universidad y el sector privado, tanto en la renovación como en la regeneración urbana (que en esta última incorpore también a la comunidad local y otros actores).
Desde nuestro trabajo venimos reclamando políticas nacionales, autonómicas y/o locales en relación a la regeneración (De Gregorio Hurtado, 2024b) como una respuesta de acción pública que urge en nuestro país. Dentro de la misma, uno de los ejes claves a introducir y trabajar consistiría en generar marcos propicios de colaboración entre estos tres tipos de actores con el fin de poder dar lugar a estrategias de regeneración capaces de abordar la compleja casuística de los barrios desfavorecidos. Esta cuestión aparece como condición para aplicar un enfoque integrado que sea capaz de revertir las dinámicas negativas que operan sobre estos enclaves.
Por otra parte, en relación a la renovación urbana la Academia tiene mucho que aportar a las soluciones que se plantean desde el sector privado. Hay sinergias insuficientemente exploradas en nuestro marco de las que otros países ya han aprendido a beneficiarse.
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