La lucha contra el cambio climático tiene su escenario principal en las ciudades. En España, más del 39,9% de la población vive en ciudades de más de cien mil habitantes, según datos del padrón continuo del INE de 2022. Siete de estas grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Valladolid y Vitoria) han firmado en el último año un contrato climático en el marco de la Misión Europea de Ciudades para reducir sus emisiones de efecto invernadero radicalmente hasta 2030.
Descarbonizar una ciudad es una tarea harto compleja, ya que implica actuar sobre el modelo de movilidad, de gestión de residuos, de la propia actividad económica e industrial que se lleva a cabo en la ciudad, y por supuesto de los edificios que la conforman. De hecho, la renovación energética de edificios se ha convertido en el proyecto común prioritario que comparten estas siete ciudades. Su objetivo: renovar entre las siete un millón de viviendas antes de 2030. Por poner un orden de magnitud a la ambición de estas ciudades, el objetivo del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima para toda España es renovar 1,2 millones de viviendas antes del 2030.
El que sean las ciudades las que han aceptado este reto es especialmente relevante para acometer la renovación a la escala de barrio, que es la que realmente activa todas las palancas y sinergias para tener un buen resultado en el objetivo de descarbonización. Esto es así por tres razones fundamentalmente. En primer lugar, renovar a escala de barrio permite plantear soluciones energéticas más eficientes, como las redes de distrito de calefacción y refrigeración o las comunidades energéticas para generación de energía renovable in situ. Además, se pueden poner en marcha actuaciones sobre el espacio público para mejorar el clima urbano y, de paso, las condiciones para la climatización de las propias viviendas, sobre todo en condiciones de verano, evitando el efecto isla de calor.
La segunda razón es de índole económica. La escala reduce los costes de intervención en los edificios, sobre todo cuando estos comparten tipología edificatoria, cosa que ocurre en muchos de los barrios del extrarradio de las ciudades, precisamente donde más se puede mejorar la eficiencia energética de los edificios por su antigüedad y baja calidad edificatoria. Además, se pueden activar mecanismos más potentes para la financiación de estas operaciones como la redensificación.
La tercera razón es la propia gobernanza de las transformaciones. Intervenir en un barrio, con el liderazgo de la Administración pública, tiene un factor de arrastre y garantía para que los ciudadanos se involucren activamente y vivan la transformación del barrio como una oportunidad para la mejora de su calidad de vida. Con este tipo de actuaciones, además, es más fácil atraer a los agentes privados necesarios para la ejecución de los trabajos, la financiación, incluso la inversión directa.
Emprender la regeneración urbana, sin embargo, no es sencillo, se trata de una labor que necesita periodos muy largos, no compatibles con los ciclos políticos de cuatro años. Por lo tanto, es necesario un compromiso de ciudad, al menos en los grandes objetivos, para que, pase lo que pase, no se interrumpan los procesos de regeneración por cambios en la agenda política de la ciudad. Esto es posible y ha pasado en ciudades como Vitoria, donde el objetivo de ser una ciudad verde es compartido por la inmensa mayoría de sus ciudadanos sin importar el signo político.
Es también necesario disponer de herramientas de diagnóstico y seguimiento avanzadas, para saber identificar los barrios con mayor necesidad y capacidad de abatimiento de emisiones. En el diagnóstico, además, se deben incluir los parámetros sociales que permitan detectar barrios con población vulnerable o infradotados, aunando la acción social y la acción climática.
Por último, para un reto semejante, los instrumentos tradicionales de planeamiento urbano no son lo suficientemente ágiles, por lo que si de verdad queremos avanzar es necesario hacer cambios en la ley del suelo, que no paralice la adaptación de nuestras ciudades a los retos ambientales y sociales de nuestros días.
La descarbonización se convierte así en una oportunidad para una auténtica regeneración urbana, que bien entendida e implementada, debe ayudar a generar ciudades más justas, inclusivas, cohesionadas, competitivas y resilientes para el futuro.
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