Con una vastísima carrera que comprende todos los registros, el arquitecto Alberto Campo Baeza, Premio Nacional de Arquitectura 2020, sigue aprendiendo con cada proyecto y disfrutándolos desde los bocetos (que llena con citas sacadas de obras filosóficas y poéticas) a las visitas de obra. A continuación presenta en primera persona uno de los más recientes, Casa Rotonda, que se yergue sobre una colina en las afueras de Madrid para estar más cerca del cielo y es el sueño de todo arquitecto.
CIC.- ¿Sigue aprendiendo un Premio Nacional de Arquitectura con cada nuevo proyecto? ¿Con este en particular?
Alberto Campo Baeza: Aún aprendo, así escribe Goya sobre un dibujo precioso que conserva el Museo del Prado. Lo hace a sus 64 años, y representa un viejo de pelo blanco que se apoya en dos bastones. Yo, como Goya, a mis 75 años, todavía, aún aprendo. Y disfruto muchísimo con todo lo que hago. No puedo más que dar gracias a Dios por todo. Disfruto de una salud de hierro y la cabeza y el corazón me funcionan perfectamente en todos los sentidos. Y por supuesto que en cada nuevo proyecto pongo toda mi ilusión, y sigo aprendiendo.
Cicerón escribe en De Senectute, que a esa edad se puede trabajar bien. Yo diría más: se disfruta todavía mucho más y se pueden hacer las cosas todavía mucho mejor. Por razón de la experiencia y de la memoria y de todo. Siento ahora que estoy empezando a empezar. Esta obra, esta Casa Rotonda en Tres Olivos, Madrid, es la última obra que he terminado. Y en ella he aprendido mucho, y he disfrutado muchísimo.
• ¿Cómo se lleva esta casa con el ideal de conjugar la belleza y la necesidad, sobre el que ha hablado con tan hermosas y encendidas palabras?
Dice Platón que la Belleza es el esplendor de la Verdad. Y esta casa, como lo intento en todas mis obras, todo es de verdad. La función, el vivir, creo que la hemos cumplido sobradamente. A mí me gustaría vivir ahí. La casa es hermosísima y los que viven en ella están felices.
• Para ser una revista de construcción nos hemos puesto de lo más poético... Vuelta al terreno. Construir una casa en la colina siempre es un reto hermoso en arquitectura, como usted explica en la memoria, pero dada su ubicación en Madrid, ¿puede explicar qué medidas climáticas, contra el soleamiento o el frío, incorpora?
Aristóteles en su Poética decía que la Poesía universaliza. Pues eso. ¿Cómo podríamos no ponernos poéticos también en una revista de construcción? La Arquitectura, el ser arquitecto, es la labor más hermosa del mundo: construir los sueños para hacer felices a los demás. ¿Qué más se puede pedir? Pero es tan hermoso el momento de la concepción, de las primeras ideas, de los primeros bocetos, como después, la elaboración de los planos donde se resuelve todo.
Y no digamos el momento de la construcción. Yo disfruto especialmente en las numerosas visitas de obra donde, de algún modo, se sigue afinando todo, como si de un instrumento musical se tratara. A mí a veces se me saltan las lágrimas. Todavía recuerdo el día cuando, terminado el último forjado de esta casa, subimos y desde allí pudimos comprobar por primera vez, que ese dominar el espacio hasta el horizonte en los 360 grados era verdad, maravilloso. Lo que no se veía desde abajo se veía con toda claridad desde allí arriba. Fue muy emocionante.
¿Medidas climáticas? Sentido común, buen aislamiento, vidrios de prestaciones adecuadas, protección a soleamiento según la orientación y una construcción muy cuidada en los detalles.
• La piedra caliza es el material privilegiado en el proyecto. ¿Por qué se eligió? ¿Se valoraron otras opciones? ¿Está satisfecho con el resultado?
Es piedra caliza de Campaspero. Lo decidimos tras una visita en directo a las canteras. La piedra, además de ser hermosísima, está muy bien colocada, muy bien dispuesta, muy bien acordada. Creo que se ve muy bien en las fotografías de la puerta de entrada, que también es de la misma piedra.
Se trataba de hacer una caja se piedra de la máxima solidez. Lo que algunos llamamos subrayar su carácter estereotómico, ligado a la tierra, como emergiendo de ella. Y sobre ella, la caja de vidrio, la pieza tectónica, el belvedere. Creo que está conseguido.
• ¿Le dieron alguna pauta o libertad total a la hora de acometer el encargo?
Siempre repito que el arquitecto es como el médico. El cliente tiene que expresar todas sus necesidades, sus síntomas, y el médico, el arquitecto, escuchar. Y tras estudiarlo todo concienzudamente, hacer el diagnóstico. Yo cuando voy al médico lo hago así, y luego obedezco. Y me va, lógicamente, muy bien. No es el arquitecto, jamás, un traductor de los caprichos de los clientes, y menos de los suyos propios.
• ¿Cómo llegó a la forma del mirador panorámico por encima del volumen sólido, pétreo donde se asienta?
Por pura lógica. La razón es el primer y principal instrumento del arquitecto. El lugar es el punto más alto de toda esa zona. Y desde allí se domina todo Madrid en los 360 grados sin ninguna interrupción. Desde la sierra, preciosa, al norte, hasta las cuatro torres al sur de la parcela. Un lugar privilegiado.
Kenneth Frampton, en un texto muy generoso, habla de esta casa como belvedere. Que eso es lo que es: un magnífico belvedere frente a un paisaje completo maravilloso. No hemos hecho más que saber leer bien lo que allí pasa.
• ¿Cuáles fueron los retos, las dificultades más serias que planteaba este proyecto?
Los de siempre. Entender bien a las personas que van a vivir allí, escuchándolas. Entender bien el sitio, estudiándolo. La casa se abre a los cuatro puntos cardinales, como lo hacía la Villa Rotonda de Palladio. Por eso la llamamos Casa Rotonda.
• Finalmente, ¿están de acuerdo los promotores en eso de que es la casa más bonita del mundo?
Lo más bonito es que lo dicen ahora, tras haber vivido en ella ya un tiempo. Están felices.
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Esta entrevista se puede leer de forma íntegra, junto al desarrollo del proyecto, aquí: nº 575 de CIC, págs. 26 a 31.
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